2 de noviembre de 2010

Regreso

Volvía a casa. El mar parecía interminable. Su pequeño barco tardó muchos días en devolverlo a su tierra. Estaba solo, pero esperanzado. Tantos años pasó alejado de su ciudad que había olvidado muchas cosas… Y ahora el aire de mar le traía decenas de recuerdos juntos.El olor de los árboles, el suave murmullo de las nubes, el rostro de todos sus seres queridos, su amor… Sobre todo su amor.
Ansiaba más que cualquier otra cosa en el mundo volver a ver sus ojos grises, volver a acariciar su largo cabello ondulado, volver a besar sus labios de algodón.

Se había ido por trabajo. Volvía por soledad.
Un pez salió a la superficie cerca del pequeño velero. El marinero lo saludó, como si el pequeño animal pudiera entenderlo.
Recordaba el día que se marchó, hacía ya tanto tiempo. ¿Serían diez años? Quizás. ¿Cómo encontraría a sus amigos? ¿Cómo estarían sus hermanas? ¿Cómo se vería su amada esposa? No podía estar más de diez segundos sin que ella ocupara su mente.
Otro pez pasó cerca de él. ¿Sería el mismo de antes? Pensó que tal vez no estaba tan solo en el mar.
El sol empezó a hacerle doler la cabeza. Le dijo “hasta luego” al mar, esperando su pequeño compañero lo haya escuchado y entró a la humilde cabina del velero. Allí podría descansar unas horas.
Una fotografía en la pared reavivó su nostalgia. Ahí estaba él, diez años atrás, abrazándola. Observó sus negros cabellos al viento, desafiando el poder de la naturaleza. Era tan hermosa… Se durmió, y soñó con ella otra vez.
Lo despertó la luz plateada de la luna. Gracias a ella pudo notar que estaba cerca de la orilla. De su orilla. Pronto volvería a estar con los suyos.
Las estrellas guiaban su camino. Ante sus ojos ansiosos, el mar era plateado y espeso. Una suave brisa movía sus cabellos dorados y sus elegantes ropajes.
La espera se hacía interminable. Su tierra estaba ahí, a escasos metros de su embarcación, pero todavía no la alcanzaba. El velero tardó dos horas más antes de besar la costa. El hombre enamorado pisó el suelo que lo vio nacer, ansioso de complacer a sus ojos con la dulce imagen de su tan añorada mujer.
Llegó a su antigua casa en escasos minutos, jadeando por el cansancio y la emoción. Sin embargo, al llegar vio algo que lo llenó de consternación. Su casa había desaparecido. Sus ruinas estaban dispersadas por todo lo que alguna vez fue su jardín. Las tempestades del mar la habían derrumbado.
No sabiendo qué hacer, el marinero que volvió después de muchos años se dirigió al cementerio del pueblo. Iba a saludar a su madre.
Tendría que esperar a que el sol saliera para averiguar el paradero de su amor. ¿Dónde estaría? ¿Se habría ido con otro hombre?
La lápida de su madre estaba desgastada alarmantemente. Se dijo a si mismo que el día siguiente mandaría a hacer otra nueva.
Todo estaba tan silencioso…
La tumba vecina a la que él había ido a visitar deshizo todos sus sueños: ESPERANZA. 1846 – 1882. “Murió esperándolo”.
Su amor.
El marinero que recorrió el mar para reunirse con ella, se arrodilló y dejó un pétalo de rosa en su lápida. Un pétalo que pronto se marchitaría. Besó su nombre y se alejó.
Antes de que nadie en el pueblo lo viera, se subió a su velero y volvió a la soledad del mar, en donde nadie lo vería llorar.
El animal acuático salió a la superficie por tercera vez. Ahora, el marinero sabía que el pez se llamaba Esperanza.

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Esta historia fue publicada originalmente en Relatos Presidente, pero quise volver a compartirlo con ustedes, amigos míos, en este blog.

 Desde estas lejanas playas mentales, Maty Presidente.

1 comentario:

  1. hola!!soy laura..me identifico con tu historia ya que mi novio hizo lo mismo y yo lo espere muchisimo tiempo..es una debilidad que las mujeres tenemos..si tenes novia nunca le hagas lo mismo que el me hizo..gracias por este relato tan inspirador..muy bueno..la chica que escribe quien es??lo hace re bien..

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