Vagando sin rumbo

Nada.
Un vacío inmenso se apodera de mis manos.
Hoy, el mar de mi mente está tranquilo. Demasiado tranquilo. Mi inspiración nace del caos y el desorden; hoy mi alma está estable y mi procesador de texto lo nota. No hay crisis en mis neuronas.
El vacío blanco de la pantalla nunca fue tan extenso. Tan difícil de llenar.
Si mis sentimientos fueran música, estoy seguro de que en este momento sólo escucharía el silencio sepulcral de mi corazón mudo.
Silencio.
Un silencio tan grande como el que reina al Universo entero, compartiendo su cetro con el frío estático.
Por lo general, al escribir simplemente me limito a proponer un tema y decir: "manos, escriban". Hoy me resulta imposible. Ningún dolor ocupa mi corazón. Paradójicamente, eso me llena de dolor.
El blog crece. Mis ideas están reducidas a la insulsa alegría que nace de la falta de emociones; aquella que limita enormemente la posibilidad de crear.
Los reflejos violetas de mi reloj me dicen que la noche ya cayó. Lo confirman las estrellas, que me traen hisorias de lugares muy, muy lejanos. Lugares que jamás conoceré. Estrellas que tal vez ya no existan.
Las agujas, mareadas de tanto girar, me hacen pensar en el tiempo, tan mágico y misterioso, tan común en nuestras vidas y tan difícil de entender.
Sé que solo hay dos tiempos en el universo; el pasado y el futuro. Lo que nosotros conocemos como presente es solo la línea que los divide.
Ni siquiera mis sueños me ayudan a inspirarme. Mis sentimientos ocultos son demasiado peligrosos para sacarlos a la luz. Nada me sucede. Nada va a pasar. El tiempo pasa y mi mente lucha por encontrar eso que la haga salir de su letargo literario.
Tal vez mañana haya algo de luz en mi mente. Esta noche, la lluvia me oculta el cielo. Ese cielo que me dio tantas cosas que pensar.
Ese cielo que no envejece ante el tiempo.
Ese cielo racional que llamo Mente...

Desde estas cercanas playas mentales, Maty Presidente