El tiempo se nos va

Miles de minutos pasan y él sigue viéndola, sin poder hablarle.
Sabe que tiene poco tiempo. No puede apurarse.
El frío invade la atmósfera. El aire que entra a sus pulmones lo estremece, y un escalofrío recorre su piel. Se siente mareado y cansado, aunque la semana todavía no empezó.
Ella desborda belleza. Desde donde está, no puede ver sus ojos, sin embargo puede imaginarlos. Una fina brisa hace bailar a su pelo, y siembra en todos lados su perfume.
Un perfume romántico, hecho de todas las flores del bosque.
Los segundos siguen avanzando sin piedad. Sabe que si no se decide pronto, habrá perdido su oportunidad. No importan las sombras brillantes.
Él sigue buscando la palabra apropiada. Mientras, ella mira su reloj, que le lanza miles de reflejos dorados. Una mueca de inquietud llega a su rostro. La misma expresión de él, que se muere por hablarle antes de que sea tarde.
Tiempo, tiempo.
Solos en la calle. Una montaña de nubes sobre ellos. Y un abismo de silencio los separa.
Pasan las oportunidades, y él comienza a ponerse nervioso. Nada, absolutamente nada que les marque un punto en común. Ni lluvia, ni calor, ni un soplo de vida. Humanos. Tristes seres vacíos sin creatividad. En esos momentos, deseó ser un artista.
Por un momento separa la vista de ella; deja de mirarla para ver la calle agrietada que corre frente a ellos. Despintada, fría y eterna. El camino por donde el tiempo se va. Un atajo a la soledad.
Otra bocanada de viento cruza la ciudad. Ahora es ella la que sufre un escalofrío. Él la ve poner sus manos en los bolsillos, buscando abrigo. Tal vez, el aliento de sus palabras pueda templar un poco su gelidez interna.
Está decidido. Va a hablarle. Da un paso. Otro. Toma aire para decir esa primer palabra que comenzará la conversación. Justo entonces, mientras el aire helado recorre su garganta, ve cómo ella levanta su brazo.
Está parando el colectivo. El tiempo se acabó.
Tiempo, tiempo.

Desde estas lejanas y frías playas mentales, Maty Presidente