31 de octubre de 2010

Lloverán lágrimas

Siempre hay muchas historias para contar. Pero siempre hay pocos oídos que las escuchen.
Estaba sentada al lado de la ventana. Observaba cómo centenares de gotas golpeaban el vidrio helado que la separaba de la lluvia. Por algunas horas tendría toda la casa para ella. Pronto llegarían sus hermanos y sus padres, robándole esa libertad que se gana con la soledad.
Un relámpago.
Había dejado sus carpetas para contemplar el espectáculo de la lluvia. Polvo de hadas que mojaba su ventana. Alguien le había dicho que cada vez que llovía, era porque ella estaba triste. Quizás estaba en lo cierto.
Un trueno.
Se dio cuenta de que necesitaba salir. Quería sentir el viento en su cuello, el agua en su rostro, los relámpagos reflejados en sus hermosos ojos castaños. Se ajustó sus zapatillas blancas de lona y se acercó a la puerta. En ese momento se cortó la luz. Poco le importó. La tarde estaba en su esplendor, y a pesar de las nubes caprichosas, el sol hacía su trabajo.
Giró el picaporte. Ni siquiera miró al paraguas azul. Hoy no. Bajó la escalera que la llevaría hasta la vereda de su casa. Una vereda que pronto se inundaría. Ella estaba feliz. Los colores de la lluvia danzaban en su mente, trayéndole canciones románticas con cada gota que caía en su pelo sedoso.
Alguien estaba perdidamente enamorado de ella. Pero nunca lo sabría.
Sentía que todo el poder de la tormenta estaba en sus pequeños y suaves dedos. Comenzó a cantar. Su voz habría enamorado a cualquiera.
Otro relámpago.
Con la luz que desprendió, ella vio algo que la hizo interrumpir la suave melodía que entonaba.
Dentro de una pequeña caja de cartón, un pequeño animal luchaba contra el frío y el miedo. Su llanto entrecortado se hacía cada vez más agudo.
Ella se arrodilló frente a él. Se miraron sorprendidos. Los ojos de ella, exhalando compasión. Los del animal, implorando cariño.
Lo agarró y lo apretó contra sí misma, dándole calor y confianza. El perro, apenas más grande que su mano, se acurrucó entre sus brazos. Su pelaje amarillento estaba mojado, frío y sucio.
El destino los unió.
Entraron a la casa. Ahora se tendrían el uno al otro. Nada los separaría.
La noche cayó pronto. El invierno nos hace acordar lo corta que es nuestra vida. Antes de irse a dormir, la chica de dulce voz acostó a su nuevo mejor amigo en una pequeña casita hecha por ella y por toda su familia. Todos estaban encantados con el pequeño perrito de hocico blanco. Sin embargo los padres de la niña, insensibles, le prohibieron que duerma adentro de la casa. Ya irían a vacunarlo. Por esa noche dormiría en el jardín.
Ella lo abrigó con una manta celeste. Sobre ellos, la noche sin estrellas prometía una mañana con lágrimas del cielo. Se despidió de su mascota.
Nunca lo volvería a ver.
Aquella noche, el cachorro de ojos azules se escabulló entre los barrotes negros que lo separaban de la libertad. Y de la soledad.
Se marchó sin rumbo, mirando hacia atrás a cada paso. Esperando… ¿Por qué se fue? Sólo el lo sabía. El corazón de una hermosa joven se rompería. Otra vez.
Al día siguiente, el día fue gris. La lluvia volvió a caer. Porque cada vez que llovía, era porque ella estaba triste.
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Esta historia fue publicada originalmente en Relatos Presidente, pero quise volver a compartirlo con ustedes, amigos míos, en este blog.
Desde estas lejanas playas mentales, Maty Presidente.

1 comentario:

  1. jaja mm sisis obviamentee soy yooo :D
    te quieroo amigoo
    july

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